Cómo iniciarse en la lectura de cuentos

Este es el artículo Cuánto cuento —revisado y actualizado el 23.10.2023— que me publicaron en República de las Letras el 19.10.2017.


Te voy a proponer un viaje al mundo del cuento. Sí, cuento; has leído bien, no arrugues el ceño: es un viaje con billete de vuelta. Podrás volver a tus lecturas cuando quieras… si es que deseas regresar a ellas después de ver lo que te voy a mostrar.

Permite que me presente: yo leo cuentos… Soy lector de cuentos desde hace tanto tiempo que me creo capacitado para ser tu cicerone en este viaje. Te invito a bucear conmigo en este género literario. Créeme, no te vas a ahogar. Puedes sumergirte con esnórquel si tienes reparos en bucear con escafandra, pero te aseguro que el viaje por el mundo del cuento te resultará grato. Descubrir una joya literaria dejándote llevar por el título… esa emoción al abrir la ostra y encontrar una perla imperecedera es una sensación impagable.

No te daré una guía ideal de cuentos. Sería una torpeza por mi parte pretender que a todos los que leáis este artículo os han de gustar los mismos cuentos. Lo que a ti te encandila puede resultarle indiferente a un amigo con el que compartes gustos. Cada uno debemos encontrar los cuentos que nos gusten a nosotros. Pero por exigente que seas, acabarás encontrando cuentos que te colmarán. La búsqueda en sí ya constituirá una valiosa y gratificante experiencia. Los lectores de cuentos, sin reparar en ello, vamos conformando nuestro canon personal de cuentos y de cuentistas, como ha hecho el autor de esta bitácora. Mi número uno, indestronable desde hace años, es La mujer del boticario, de Antón Chéjov. Los dos que completan mi podio particular también están reconocidos por la crítica como obras maestras del género: Los amos, de Juan Bosch, y No oyes ladrar los perros, de Juan Rulfo. Debo reconocerte que tengo amigos aficionados a la lectura de cuentos a los que mi número uno les deja tibios. No te daré, pues, una guía de cuentos pero sí una relación de páginas donde encontrarás y leerás cuentos con los que disfrutarás. Coge aire, que nos sumergimos.

Se llaman cuentos, no relatos
En navidades acudí a una librería en un centro comercial para unas compras obligadas. Con un libro no suelo fallar. Quizá, pienso, mi elección abra nuevos horizontes literarios en el agasajado. Si no le gusta podrá olvidarlo en la biblioteca más cercana. Siempre podrá decirme: “me vi obligado a prestarlo y no me lo han devuelto”. Me condoleré con ironía: “Hay gente que gana amigos regalando libros y gente que los pierde prestándolos”.

Con esta premisa en mente solicité información de una colección de cuentos que habían reseñado esa mañana en Radio 3. No la tenían y, peor, no la conocían. No disponía de tiempo para irme al centro de la ciudad y pregunté por otras colecciones de cuentos que estuvieran disponibles. El joven que me atendió me leyó de la pantalla una retahíla de títulos destinados a niños. Aguardé estoicamente a que terminara la relación y luego le pregunté por colecciones de cuentos para adultos. Te aseguro que vi cruzar por su cara la idea de que yo buscaba un tipo de literatura repudiable en aquella librería… Dudó, pero sin dejar de mirarme me dijo: “Usted me ha pedido cuentos, y los cuentos son para niños”.

Y es que arrastramos el error de llamar cuentos sólo a los cuentos infantiles. Tratando de diferenciarlos y dignificarlos con un toque de adultez se apela al hiperónimo “relatos” cuando no se habla de literatura infantil. Y eso fue lo que concluyó el joven que me despachaba: “Usted busca relatos”.

Pues no. Busco cuentos. Pero como había más clientes aguardando, me encogí de hombros y dije que vale, que relatos. Pero has de saber que se llaman cuentos y no relatos. En dos párrafos te lo explico.

Los géneros literarios reconocidos son: narrativo, lírico, dramático y didáctico. Grosso modo, del género lírico forman parte las poesías, el dramático está formado por las obras teatrales, y en el didáctico encontramos ensayos, biografías, crónicas…

Cuento y cuentista: preciosos sustantivos
El género narrativo está formado, entre otros, por cuentos y novelas. Y ahí tienes el cuento, un subgénero literario dentro del género narrativo. Y desde siempre este subgénero se ha llamado cuento. Encontrarás cuentos de diferentes temáticas: cuentos de misterio, cuentos de ciencia ficción, cuentos de terror, cuentos románticos, cuentos costumbristas, cuentos góticos, cuentos policiacos, cuentos fabulosos, cuentos de viajes, cuentos marinos, cuentos de aventuras, cuentos bélicos, cuentos de hadas, cuentos deportivos, cuentos eróticos, cuentos infantiles… Como puedes ver, el cuento infantil sólo es una de las temáticas dentro del vasto océano de los cuentos.

Llamar relatos a los cuentos es un error. Una novela también es un relato. Y una crónica, y una biografía, y ni siquiera pertenecen al género narrativo. Valga relato como sinónimo de cuento a fin de evitar la repetición, pero no consintamos que el hiperónimo fagocite al hipónimo hasta el punto de asumir su identidad: se lee y se cuenta un cuento que ha escrito un cuentista. No existe ningún género literario llamado relato.

¡Ah!, el Diccionario de la RAE… Se trata de una obra esencial pero es y debe seguir siendo un diccionario de mínimos consumados y no un diccionario técnico vanguardista. En la cocina de mi casa tengo una mesa a la que, hasta la última edición del DRAE, no podíamos llamar mesa con propiedad. Y aunque acabo de afirmar que a las damas y caballeros de la RAE no se les puede exigir una profundidad técnica en cada definición, me temo que en materia de literatura sí es de rigor animarles a que afinen. Ahí lo dejo, por si alguno desea recoger el guante y añadir que el cuento es un género literario (para que la mesa de mi cocina fuera una mesa sólo tuvieron que añadir “generalmente” a la definición, pues mi mesa carece de patas).

¿Qué es el cuento?
El cuento pasa por ser el género literario más antiguo, anterior incluso a la invención de la escritura. Se remonta a las noches de la protohistoria donde los abuelos transmitían cuentos a los nietos de forma oral. En aquellos comienzos se mezclan mitos, leyendas y cuentos, pero mientras los mitos y las leyendas pretenden ser hechos reales cuya finalidad es preservar un imaginario colectivo propio de cada tribu, de cada pueblo, de cada nación, el cuento no tiene reparo en presentarse como una ficción; y por ello adquiere universalidad, y también un carácter didáctico, aunque no moralizante.

Los cuentos populares nos ofrecen una enseñanza, aunque no necesariamente ética o moral, que de esto se encargará la fábula (subgénero encuadrado dentro del género didáctico). El cuento nos enseña algo pero evita decirnos cómo nos debemos comportar; nos alerta sobre situaciones de la vida y cómo pueden ser superadas o sorteadas, o cómo se paga el error de no ser precavidos. En los cuentos literarios, más modernos (afloran avanzado el siglo XVIII), la narración también nos muestra momentos intimistas de la vida de sus personajes, ya sea en situaciones cotidianas o fantásticas, pues otra función del cuento es entretener con un bello relato.

¿Y en qué se diferencia un cuento de una novela?
Un amplio porcentaje de lectores nos dirá que la novela es más larga que el cuento, o que el cuento es más corto que la novela, lo que viene a ser igual de inexacto. Corto y largo son términos relativos. Con esta definición no obtenemos una herramienta válida para diferenciarlos. Aunque puede acertarse calibrando a peso un texto, la verdad es que existen algunas señas particulares.

Cuenta Eduardo Antonio Parra en Café Chéjov que David Toscana le dijo que «El cuento narra la historia de un asesinato. La novela narra la historia de un asesino«.

Vaya por delante que, como en toda creación del intelecto humano, las fronteras entre cuento y novela son difusas, compartiendo aguas allí donde coinciden. La extensión, si bien es un indicio, no es determinante. Existen novelas cortas, de sesenta o menos páginas, y existen cuentos largos, de más de ochenta páginas: Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo se consideran cuentos. Ha de haber, pues, algo más…

Diseccionemos las partes, que dijo Jack
[Los crímenes de Jack el Destripador (1888) fueron brutalmente reales, pero hay quien es propenso a amalgamar esta historia negra de la ciudad de Londres con el cuento de R.L. Stevenson El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), que algunos estudiosos etiquetan como novela corta y otros mantenemos que es un cuento. Ya te lo he dicho, algunos ‘relatos’ flotan entre dos aguas… pero sigamos buceando].

No existe una definición única para distinguir entre novela y cuento, por lo que es preciso diseccionar las características de uno y de otra para compararlas. Conociéndolas, estarás en disposición de opinar si tienes en las manos un cuento o una novela. Pero huiré conscientemente de mostrarme categórico.

El cuento tiende a ser conciso y a presentar un único clímax para el que se han tejido con mimo cada una de las frases del texto; es protagonizado por un grupo muy reducido de personajes, con un argumento sencillo. La novela suele desarrollar tramas secundarias y argumentos retorcidos, y por ella desfilan un mayor número de personajes de los que se detallan rasgos y particularidades.

Por otra parte, es propio de la novela cerrar —explicar— todos los interrogantes abiertos, mientras que al cuento no le duele (y hasta le suele venir bien) dejar flecos a la interpretación del lector, ganando con ello en profundidad literaria.

En el cuento por lo general existe una sola acción central; en la novela las diferentes subtramas avanzan mientras se desarrollan los arcos de transformación de los diversos personajes.

En el cuento se busca que predomine la narración sobre los diálogos y las descripciones, que suelen ser capitales en las novelas. Pero nos vamos a topar con novelas que se ajustan a esta definición y con cuentos que prácticamente son todo diálogos, como Los asesinos, de Ernest Hemingway.

La novela se centra en la evolución de los personajes, ahondando en sus vidas y prodigándose para describirnos la ligazón con su entorno; el cuento nos muestra situaciones concretas, yendo al grano sin ambages ni digresiones.

Adrián Massanet propondrá en 2020 (tres años después de la publicación de este artículo en República de las letras) que la diferencia estriba en que al leer una novela «el lector debe tener la sensación de que está leyendo algo que sucede ahora mismo, ante sus ojos«, mientras el cuento «se refiere a cosas que sucedieron y concluyeron, a un pasado en el que tuvieron lugar unos eventos que ahora son relatados (contados), y esa es la sensación que ha de transmitir al lector: la de que le refieren hechos ya sucedidos, no presenciales«.

Julio Cortázar, maestro cuentista, trataba de definir el cuento así:

“Un cuento es un relato en el que lo que interesa es una cierta tensión, una cierta capacidad de atrapar al lector y llevarlo de una manera que podemos calificar casi de fatal hacia una desembocadura, hacia un final”.

(Nota que Cortázar usa el término relato como hiperónimo. Cortázar era un cuentista, y lo tenía a mucha honra).

Meliano Peraile, maestro de cuentistas, insistía en que el cuento ha de tener entre tres y diez páginas (medidas a la antigua usanza: mecanografiadas con los estándares de su época); empero existen cuentos de más de veinte folios que algunos autores denominan cuentos largos. Ejemplos son La sala número 6, de Antón Chéjov, Bola de Sebo, de Guy de Maupassant, Benito Cereno, de Herman Melville, o La metamorfosis, de Franz Kafka. Silvia y Bruno, de Lewis Carroll, es otro cuento de extensión considerable. Pero si te parece que los dos libros de Alicia, o Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, o los cinco citados en este párrafo son novelas, pues muy bien: aquí tiendo mi mano y no vamos a discutir por ello… leámoslos y disfrutémoslos. Dejo a tu elección catalogar Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, que J.R.R.Tolkien trataba como cuento.

Según Edgar Allan Poe, para que una composición mantenga lo que él llamó «unidad de efecto», su lectura no debe superar el lapso de una hora (a fin de leerse de una sentada, o como mucho de una tacada), lo que limita la extensión de la obra cuentística a unas treinta páginas (quince mil palabras).

¿Por qué leo cuentos?
No trato de que milites en uno de dos bandos enfrentados. Qué horror… Hay que disfrutar con ambas lecturas. Quien disfruta con una buena fabada aquí, en la verde Asturias, sabe agradecer unos buenos pintxos allí, en mi País Vasco. También disfruto leyendo novela… pero sólo leyendo buenas novelas.

Cuando leo cuentos me veo dedicando menos tiempo a conocer la conclusión de una historia; ampliando esta ecuación, conozco un universo mayor de historias diferentes en el tiempo que me lleva leer una novela… y descubro también más autores, lo que me resulta enriquecedor y ameno. Otro de los alicientes de la lectura de cuentos es recomendarlos a los amigos y poder contrastar opiniones enseguida. Por ende, ofrecen una relectura rápida.

Un libro de cuentos es una cata de diferentes sabores. Si se trata de una recopilación de cuentos de un mismo autor, disfruto de los diversos registros que me ofrece. En una selección de cuentos sobre un tema me deleito con los múltiples puntos vista que proporciona la variedad de cuentistas. Y si se trata de una colección de cuentos de un único autor sobre un tema concreto… te puedo asegurar que su lectura no empalaga. Y quedo con ganas de volver a probar… probar otros autores para comparar, probar otras temáticas para refrescar. Encontrarás antologías en las que se presentan cuentistas de un mismo estilo, de una época o un país concreto sin más conexión que su proximidad. Alcanzado el siglo XXI la oferta es múltiple, variopinta, inabarcable…

El lector de cuentos es un leedor ávido. Una vez que encuentre una joya o una obra maestra no parará hasta encontrar la siguiente… y la siguiente. Cierto que no abundan pero, ¿acaso no conoces el cuento del nieto del mariscador?:

—Abuelito, ¿qué hay para cenar? (…) ¡Jo! Otra vez langosta…

Y por favor, toma lo que sigue como un aviso a navegantes: todo lector de cuentos es un cuentista en potencia. Escribir cuentos además de gratificante, enriquecedor y catártico es una afición accesible para todos.

Algunas críticas a la lectura de cuentos
► “Después de leer varios cuentos tengo tal melopea que no recuerdo ninguno”: Nadie recuerda todas las escenas de una novela, sólo los pasajes que le han emocionado. Te aseguro que los cuentos que entran donde debe llegar la literatura no los vas a olvidar.

► “En un libro de cuentos hay diferente calidad entre unos y otros”: Lo mismo ocurre cuando compras un disco de música; de las 13 canciones hay dos o tres que te llenan más que las otras. Pero al volver a escucharlas encuentras detalles que no habías apreciado en una primera audición. Releyendo los cuentos encontrarás valores que te habían pasado desapercibidos en una primera lectura. Nos pasa a todos.

► “Algunos cuentos que he leído son tan malos que se te quitan las ganas de seguir leyendo cuentos”: A esto te respondo más adelante.

El eterno auge del cuento
A un profano le puede parecer que de un tiempo a esta parte el género del cuento quiere resurgir. Entre diciembre de 2016 y enero de 2017 tres premios han ido a parar a las plumas de consumados cuentistas españoles: el Nacional de Narrativa 2016 fue para Cristina Fernández Cubas, el Nacional de las letras se otorgó a Juan Eduardo Zúñiga, y el Nadal recayó en Care Santos. En 2013 el Nobel de Literatura se instaló en las páginas de la canadiense Alice Munro, una declarada cuentista que sólo ha escrito una novela en su vida. Y el año anterior se reconoció con el Nobel a otro afamado cuentista, el chino Mo Yan. Un dato más sobre premios literarios y cuentos: en diciembre de 2016 el colombiano Luis Noriega se alzaba con el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en su tercera edición, dotado con 100.000 dólares USA, por su colección de cuentos Razones para desconfiar de sus vecinos. El cuento emerge motu proprio de su mundo submarino una y otra vez. Algo ha de tener…

Nuestro género favorito vivió una época dorada en diferentes países a finales del siglo XIX, cuando se publicaban cuentos y novelas por entregas en los periódicos, relatos que los editores pagaban paupérrimamente, salvando excepciones como sir Arthur Conan Doyle y su serie de cuentos de Sherlock Holmes (recuerda que novelas del genio de Baker Street sólo escribió cuatro; la restante bibliografía sobre Holmes y Watson está compuesta por colecciones de cuentos). Imagina si pagaban mal, que a pesar de la calidad de su vasta producción, Emilio Salgari, creador de personajes inolvidables como Sandokán y el Corsario Negro, vivió con estrecheces y se suicidó con 48 años de forma harto dolorosa denunciando la miseria de su sueldo como escritor. Y esto no es un cuento: Santiago Posteguillo te lo cuenta en su libro La sangre de los libros.

En enero de 1907 comenzaba a publicarse en Madrid El Cuento Semanal, revista fundada por Antonio Galiardo y Emilio Zamacois, dirigida por éste último, en la que tenía cabida la novela corta, híbrido que navega entre la novela y el cuento. De alguno de sus números llegaron a imprimirse más de cincuenta mil ejemplares, a 30 céntimos de peseta cada uno. El éxito de esta revista fue el germen de una extensa nómina de imitadores que navegaron tras su estela.

No hace un siglo la corriente que conocemos como pulp recuperó el género editando revistas especializadas en el cuento con un formato asequible a todos los bolsillos (el término pulp tiene relación indirecta con su precio módico). Eran cuentos de temáticas variopintas, pero mayormente de terror y ciencia ficción. Muchos de los más reconocidos cuentistas de hoy publicaron en revistas pulp, desde H.P. Lovecraft y Robert E. Howard hasta Isaac Asimov.

En México, desde 1964 y a lo largo de cuatro décadas, Edmundo Valadés fletó la revista El cuento. Revista de imaginación, dedicada al género que tanto nos gusta. Surcaron mares 150 números. Un impagable tesauro para los iniciados en el arte del cuento que puedes consultar online.

En 1994 un diario español de tirada nacional se embarcó en la aventura veraniega de publicar cuentos en sus páginas dominicales. Los lectores dispensaron a la idea una calurosa acogida. Cabría preguntar a los editores si el periplo estival llegó a puerto y no volvió a zarpar o si se hundió antes de fondear en alguna playa paradisíaca (si te cuento este cuento es porque una de las dos recopilaciones que se recogieron en formato libro se tituló Cuentos de la isla del tesoro; la otra fue Relatos urbanos, colección de cuentos que lleva el ominoso “relatos” por título).

De mayo de 1988 a diciembre de 1999 se estuvo fletando desde Pamplona la revista Lucanor, dedicada al análisis del cuento literario español. En ella también se publicaban trabajos de cuentistas reconocidos por la crítica. Su precio era de 1.800 pesetas, que para la época no era una revista barata. Se publicaron 16 números. Aún pueden encontrarse algunos ejemplares en las librerías de viejo.

La situación actual
Inmersos en la vorágine del siglo XXI todos aseguramos no disponer de tiempo para leer ficción; las encuestas dicen que el público cada vez lee menos. Sin embargo los productos editoriales que triunfan son tochos de 500 páginas que lejos de ser autoconclusivos forman parte de una trilogía, una tetralogía o de una saga de siete o más libros. Cuesta ver en las estanterías novelas en las que se cosan menos de 150 páginas… ¿Tú también ves en ello un atisbo de contradicción? Anota: las colecciones de cuentos se mueven en este volumen de páginas.

¿Por qué hoy no va a ser tan atractiva la lectura de cuentos como lo era a finales del siglo XIX? Después de todo un libro de cuentos es fácil de transportar: podemos leer cuentos en el metro, en la parada del autobús, en el parque, en la cafetería, en la biblioteca, en la piscina, en el sofá, en la cama (y en otras estancias domésticas), por poner ejemplos por los que todos pasamos varias veces a la semana. Esa espera al amigo remolón o a la novia morosa se hace más llevadera leyendo un par de cuentos.

Permíteme una confesión… te cuento: ¿recuerdas la colección de cuentos que buscaba para regalar estas navidades? Por razones que no vienen a cuento, esa semana volví a la ciudad y ya en el centro visité una librería donde no sólo tenían el título que buscaba sino que me costó elegir entre el elenco de títulos que me ofrecieron como alternativas. Sí que existe oferta de cuentos en el mercado. ¿Será acaso que, vergonzosos, nos negamos a reconocer que leemos cuentos? A estas alturas del cuento ya sabes que el cuento ni es literatura menor ni es literatura infantil.

Quizá el escollo estriba en acertar con las primeras lecturas para no acabar encallado en un improductivo arenal tras leer cuentos de autores aficionados, muy bienintencionados pero cuyos textos son de bajo calado (a buen seguro como los míos).

¿Cómo empezar a leer cuentos?
Lo ideal sería que un aficionado a este género que conozca tus gustos te indique una serie de cuentos para que te aproximes a su lectura con garantías de degustar los sabores que te son gratos. Si la temática de terror no es de tu agrado será absurdo que te regalen la narrativa completa de H.P. Lovecraft o de Edgar Allan Poe, aunque ya te he dicho que regalando un libro se abren horizontes en los lectores agradecidos (los desagradecidos los olvidan en las bibliotecas).

Puedes también valerte del método de ensayo y error pero circunscribiéndote a los maestros cuentistas que nos han legado joyas literarias y obras maestras. En Internet existen páginas que recogen cuentos de gran calidad de diferentes autores, diversas temáticas, distintas épocas, estilos desiguales y dispares culturas. No necesitarás nada más que el navegador, y en esto de navegar o surfear por Internet cada cual tiene sus gustos. Yo te he invitado a bucear, ¿recuerdas? Comencemos la singladura por esos sitios web.

Buceando entre cuentos

Un referente con cuentos en español es Ciudad Seva: Cuentos clásicos.

Además de consejos de escritores para quienes comienzan a escribir, mantiene una biblioteca próxima a los cinco mil cuentos.

Las webs siguientes son igualmente imperdibles:

Y por supuesto te recomiendo Cuánto cuentista, la web que estás leyendo en este momento.

No desesperes si la tarea te parece ardua y no sabes por dónde comenzar. En todas estas páginas encontrarás los cuentos ordenados por autores; vete picoteando aquí y allí, eligiendo al azar, dejándote llevar por lo que te sugiera el título. Irás encontrando lo que te gusta… y el cuento te irá encontrando a ti.

Unos enlaces a listas de cuentos de contrastada calidad:

Y ahora el listado de maestros cuentistas que nos han legado perlas en el arte de contar cuentos. Pero recuerda: lo que para ti será un cuento de nueve para tu amigo quizá no alcance el seis. De gustibus non est disputandum, que decían los romanos (sobre gustos no se discute), pero busca estos nombres en las páginas anteriores y no quedarás defraudado:

Alexandr Puchkin, Ambrose Bierce, Anaïs Nin, Antón Chéjov, Carson McCullers, Charles Bukowski, Charles Dickens, Clarice Lispector, D.H. Lawrence, Dorothy Parker, Edgar Allan Poe, E.T.A. Hoffmann, Ernest Hemingway, Eudora Welty, Flannery O’Connor, Francis Scott Fitzgerald, Franz Kafka, Guy de Maupassant, Hans Christian Andersen, Henry James, H.P. Lovecraft, Isak Dinesen, Isaac Asimov, Jack London, João Guimarães, John Cheever, Katherine Anne Porter, Katherine Mansfield, Kõbõ Abe, Lord Dunsany, Marguerite Yourcenar, Mary Shelley, Mark Twain, Nikolai Gogol, O. Henry, Oscar Wilde, Pearl S. Buck, Philip K. Dick, Ray Bradbury, Raymond Carver, Robert E. Howard, Rudyard Kipling, Saki (Hector Hugh Munro), Shirley Jackson, Sławomir Mrożek, Stig Dagerman, W.S. Maugham, Yukio Mishima.

Y un listado especial: maestros del cuento que han escrito en español (tienes la suerte de leerlos en versión original):

Ana María Matute, Augusto Monterroso, Baldomero Lillo, Carmen Martín Gaite, Elena Garro, Emilia Pardo Bazán, Enrique Jardiel Poncela, Felisberto Hernández, Gabriel García Márquez, Gabriel Miró, Ignacio Aldecoa, Jorge Luis Borges, Juan Bosch, Juan Carlos Onetti, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Horacio Quiroga, Manuel Chaves Nogales, María Luisa Bombal, Mario Benedetti, Medardo Fraile, Meliano Peraile, Rosa Chacel, Silvina Ocampo.

No están todos los que son, pero sí son todos los que están. Para no anegarte he dejado fuera algunos grandes autores que echarán en falta los buenos aficionados al cuento: a la par que les pido disculpas solicito su indulgencia. La media gruesa de cuentistas relacionados arriba son escritores ya fallecidos, pero existe un nutrido convoy de cuentistas contemporáneos que nos están deparando gratificantes travesías por el mundo del cuento… y muchos escriben en español, la lengua literaria por excelencia. El cuento emerge, y es que es un género que lleva tanto tiempo con nosotros y al que debemos tanto como especie que… Descuida, no me enredaré filosofando en fosas antropológicas.

Si he logrado que te acerques al cuento, estaré satisfecho. Y ya te he advertido: quién sabe si no empezarás a escribirlos… Si lo haces, házmelo saber; me gustará leerte, porque recuerda… yo leo cuentos.

Luis R. Míguez